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Breve Crónica de Cochabamba

Un paceño viviendo en la llajta

Para comenzar esta "Crónica de Cochabamba" quiero contarles que nací en La Paz, crecí ahí y ahora vivo en Cochabamba, del sube y baja, a la planicie. Una ciudad situada apenas a seis horas en bus de la capital altiplánica. El artículo de hoy funciona como una postal de recuerdos de la ciudad de Cochabamba. La memoria que se fusiona a la cotidianidad y la objetividad. Escribo como observador extranjero de una ciudad que siempre cautiva a los paceños (eso es lo que cuentan ellos mismos).

Me vine a vivir a esta ciudad valluna por trabajo. Un colegio camino a Sacaba decidió contratar a su modesto columnista. A casi un año de vivir aquí, observo las profundas diferencias entre mi ciudad de origen y donde resido ahora. Es obvio que el clima, las cortas distancias y los parques son las diferencias que más resaltan cuando un paceño decide pasearse la llajta. Eso en lo concerniente a las explicitas obviedades.

Cuando era adolescente solía hacer deporte competitivo y algunas veces también veníamos de vacaciones a esta ciudad. Mis impresiones entonces no eran tan detalladas y distintivas. Me llamaba la atención los grandes árboles en calles y avenidas, el verdor que siempre hace de las ciudades más pintorescas. Una irrisión que no lo es tanto para un paceño, nosotros tan acostumbrados a ver uno que otro pino y muchos eucaliptos encima de las montañas. El verdor casi ni se nota si vienes del altiplano, pareciera como si lo normal en la naturaleza fueran las montañas y no las hierbas y las plantas.

Ya más grande pasábamos semanas vacacionando en la llajta con una chica con la que salía, en su departamento en la Ramón Rivero, una amplia avenida llena de altos molles y un importante parque junto a un importante colegio de músicos –hablo del colegio Laredo-. Despertábamos muy tarde, casi a la hora del almuerzo y con mucha hambre. Salíamos entonces a buscar ingredientes para cocinar rumbo al Prado y lo que se podría denominar como el centro histórico. A veces simplemente íbamos al supermercado, otras veces paseábamos por la plaza Colón y la plaza principal 14 de septiembre. Rumbo a esos lados conviene entrar a la plaza 14 de septiembre por la calle España. Una larga calle angosta, con arquitectura colonial y llena de pintorescos restaurantes, cafés, hostales, anticuarios, florerías, bazares varios, librerías modernas y antiguas, etc.

La comida es otro cliché muy difundido sobre Cochabamba. Es hasta axiomático que se come mejor que en La Paz. Para afirmar esto me apoyo en la proliferación de puestos callejeros, pulperías, restaurantes de comida rápida, restaurantes de comida nacional, restaurantes de comida especializada, restaurantes y más restaurantes. No es solo una cuestión de mayor cantidad –que a más cantidad mayor probabilidad que haya mejores opciones de “Buena” comida- sino de las opciones que se brindan sobretodo en la comida callejera/de ambulante, hay más sabor. Extenderme en esta argumentación excede el cometido del artículo, por lo que lo dejaré para otra ocasión.

Ya viviendo aquí uno se da cuenta de algunas antinomias/contradicciones de la llajta. La ciudad está dividida en el Norte y en el Sur con sus explícitas diferencias. Cuando uno conversa con gente del norte te dicen que esa es la parte más bonita, que el sur es peligroso, feo y que no hay nada que hacer ahí. Cuando uno conversa con la gente del sur te dicen que ellos van a trabajar al norte porque hay más mercado por ahí y ofertas laborales. A su entender, esta parte de la ciudad representa a los cochalos históricamente pudientes, a las familias tradicionales y la cara “presentable” de la ciudad. Uno aprende más de la cultura y las creencias preguntando cosas básicas de urbanismo. Que el lector no se engañe con dicotomías simplonas, ciertamente hay más matices a cómo ven los norteños y los sureños su ciudad.

A mi juicio, efectivamente el norte es la parte más “pintoresca” de la ciudad, por sus parques, plazas, ciclovías y espacios públicos modernos e integrados. El sur en cambio tiene menos cantidad de parques, plazas y espacios públicos integrados. El verdor cochabambino marca el norte en las brújulas turísticas. Cierto es que recientemente ha crecido muchas más el sur debido a que tienen mayor espacio para la construcción de viviendas y edificios. El aumento del consumo en el país, ha hecho que la gente del sur busque propiedades más baratas por ese sector. Hay algo sin embargo que llama la atención, la gente del sur va a constantemente al norte sea por motivos laborales, entretenimiento, ocio, etc. En cambio, la gente del norte rara vez o casi nunca se pasea por el sur porque según estos no hay nada que hacer ahí. El sur es lo nuevo, mientras que el norte es lo viejo, por antigüedad la identidad de la ciudad corresponde al norte. No por nada la enorme estatua de Cristo está ahí, símbolo magno de la ciudad.

Si la identidad de la ciudad se construye entonces desde el norte, cabe preguntarse qué tipo de identidad es la que se está construyendo. Cuando hablamos de identificación, hablamos de representación o imaginación de la pertenencia a una urbe. Hablamos entonces de poder, porque la representación de la identidad siempre se enuncia desde una posición discursiva y visual. En este caso el norte trata de representar la totalidad de Cochabamba, una identidad que, en su unidad de representación, excluye otras identidades en conflicto. A veces las separaciones geográficas y topográficas de una ciudad son la radiografía más fiel del poder en un territorio. Sobre eso hablaremos en la segunda parte de este artículo.  

Fuente: Diego Otero / Breve Crónica de Cochabamba

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