El Capitán Zapata

Una historia de profunda amistad en un mundo de conquistadores, sultanes, almirantes y piratas a fines del siglo XVI, que empezó en Potosí y abarcó a todo el mundo

Bartolomé Arzáns de Orsúa y Vela (1676 – 1736), historiador potosino que escribió la Historia de la Villa Imperial de Potosí “durante treinta años arduos y fríos”, no sólo elaboró una obra de incomparable belleza y acuciosidad, sino que ha descrito como ningún otro autor de su época historias que nos recuerdan las hazañas más extraordinarias de los aventureros de todos los tiempos. La historia del Capitán Zapata es justamente una de esas epopeyas universales, en las que la aventura y la piratería se entremezclan con la riqueza, Potosí con centros imperiales de Europa, Asia y África, la desventura y el sufrimiento con la amistad y la lealtad. En esta versión contamos la historia libremente, pero fiel al texto original.

“Por felicísimo año tuvieron los moradores de Potosí éste de 1562, en el cual se descubrieron muy ricos metales en las minas de su admirable cerro”, así empieza su relato Bartolomé. “En la veta Rica se descubrió metal de plata blanca tan poderoso que las hebras que sobresalían de la tierra en los trozos eran de grosor de un dedo, y tan fina y resplandeciente se mostraba que parecía estar bruñida”.

Un año antes de estos descubrimientos, había arribado a la Villa Imperial de Potosí un individuo de nombre Georgio Zapata quien, como muchos otros, llegó en pos de hacer fortuna rápida. Mostrando papeles escritos en lengua italiana, en los que se relataban algunas hazañas de armas en las que había participado, y otros en los que se le confería los títulos de Alferéz y Capitán, ganó rápidamente la confianza de los pobladores de la Villa.

Su primer y más íntimo amigo fue Rodrigo Peláez, proveniente de los reinos de España, quien trabajaba como asalariado de un alemán, Gaspar Boti, hombre próspero, poseedor de importantes vetas. Al poco tiempo de su estadía en Potosí se fue a vivir con Peláez a quien ayudaba en las labores de mina, “tirando de salario 20 pesos cada semana”.

La experiencia de esta vida demuestra que “al que siempre le asiste felicidad, todo le sucede prósperamente”, de tal modo que un día estando Georgio Zapata en el Cerro Rico, apartóse de su compañero Don Rodrigo y comenzó a catear una mina abandonada y descubrió que tenía una ley muy alta. Extrajo algunas muestras que mostró a Don Rodrigo, minero más experimentado, y entre ambos festejaron el hallazgo que le comunicaron prontamente a Boti como muestra de agradecimiento, “pues ambos lo tenían por señor y por amigo” y resolvieron explotar la mina juntos entre los tres, “aunque sin dar a entender a la Villa que la tenían”, para no despertar la codicia de sus vecinos. Los cronistas de la época cuentan que pudieron hacerlo muy bien, pues las minas de Gaspar Boti, conocidas por su gran riqueza, se hallaban muy próximas a la veta recién descubierta.

El Capitán Zapata, Peláez y Boti explotaron la mina por muchos años, sacando en ese período de tiempo “muchos millones de plata que liberalmente repartieron mucha parte entre sus amigos y paisanos”, quedando los tres muy ricos. “Pasados 10 años de posesión y continua saca de poderosos metales de aquella rica mina falleció Gaspar Boti”. El Capitán Zapata continuó con la explotación de la mina que “se hizo conocida con nombre de Zapatera, por haber sido descubierta y labrada por el dicho Capitán Zapata” y sacó a relucir su prosperidad y gran fortuna “sin descaecer un punto de la amistad de Don Rodrigo”. “Hízose tan estimado en toda esta Villa que no se tenía por noble quien no solicitaba su amistad. Y a la verdad, de él se dice que era dotado de muchas excelencias y virtudes morales, y en las cosas de las armas, esfuerzo, valentía, destreza y disciplina militar fue aventajadísimo”.

Era “alto de cuerpo, bien proporcionado en sus miembros, de grandes fuerzas y de muy hermoso y grave gesto, manso, benigno, liberal y muy afable y alegre, limosnero y caritativo”, pero “por faltarle nuestra santa fe católica se condenaría”.

Al cabo de más de 15 años de permanencia en la Villa, el Capitán Zapata decidió retornar a su patria con su gran fortuna. En ese período de tiempo había “rescatado hasta 12 arrobas de oro fino de la ciudad de La Paz y provincia de los Chichas”. “Despidióse de todos los vecinos, repartió liberalmente mucha cantidad de plata entre los amigos y otros pobres forasteros”, y sin revelar verdaderamente quién era y de dónde venía, partió de la gran Villa “con la cantidad de oro que he referido y otros dos millones de plata”, pero no a España o Italia, pues de ningún lugar, villa, ni ciudad de dichos reinos era oriundo, sino “a la Turquía, pues había nacido y criádose en Constantinopla: turco de nación aunque habido en una cristiana griega, según se supo después por sus mismas cartas, y su propio nombre era Emir Cigala”. Enterados los vecinos de la Villa de esta noticia, quedaron muy sorprendidos, pues ni Rodrigo Peláez que había sido “tan su amigo y compañero de cuarto y mesa…. jamás en 15 años de tan conforme amistad no le vio acción ni le oyó palabra contraria a nuestra santa fe”.

Llegó, pues, Emir Cigala muy rico de vuelta a Turquía, “a la corte de Constantinopla, patria suya y cruel madrastra de la cristiandad”, donde tiranizaba e imperaba Amurates, Sultán de los turcos, “a quien fue a besar la mano Emir Cigala, que en Potosí era el Capitán Zapata”.

“Diole cuenta a su gran señor de todos los sucesos que había tenido en 17 años que había faltado de Constantinopla, y la mucha plata que había sacado del Cerro de Potosí”. Le mostró un retrato de la forma de este riquísimo Cerro, y diole del oro que traía de La Paz, rescatado con la plata extraída. Amurates, admirado de la extraordinaria riqueza de su Emir, le hizo muchas honras y le nombró general de las galeras turcas.

Pocos años después del retorno de Emir Cigala de la Villa Imperial de Potosí, falleció Amurates, el Gran Sultán de los turcos. El sucesor de Amurates, el Sultán Mahomet, hizo a Cigala uno de sus Visires. En su nueva investidura, tomó Agria junto al nuevo Sultán en octubre de 1588 y “después continuó Cigala la guerra en servicio de Mahomet y en daño de algunas cristianas provincias, por lo cual (dice el mismo Cigala en una carta que después escribió a esta Villa) consiguió ser Rey de Argel….”.

Mientras todo lo referido acontecía con Emir Cigala que en Potosí se hacía pasar por el Capitán Zapata, ocurrió que el viejo amigo de Cigala, don Rodrigo Peláez, después de algunos años también decidió retornar a su tierra natal. “Con un crecidísimo caudal llegó a su patria que era la ciudad de Oviedo”, donde por muchos años “estuvo gozando de sus riquezas”.

En 1596, hallándose Don Rodrigo en la ciudad de Cádiz, aprontándose a partir al Perú en viaje de negocios con una “porción considerable de ropa”, aconteció que se anunció una invasión encabezada por el Almirante de Inglaterra, quien dirigía una fuerza compuesta por 20.000 ingleses, holandeses y franceses. Inicialmente intentó atacar Lisboa, pero Don Diego Bochero, quien comandaba las fuerzas portuguesas distribuidas en 18 navíos, salióle al frente y el almirante inglés no se atrevió a pelear”. Pasó inmediatamente al Algarve y de allí se dirigió a Cádiz, ciudad donde por falta de prevención y una dirección adecuada, cundió rápidamente la confusión y el caos, y fue tomada el 1 de julio del año referido.

“Los ingleses usaron a su voluntad. Excusada cosa es contar lástimas, sacrilegios y otros daños que padeció esta ciudad, pues siendo herejes se dice todo”. Una vez concluida su misión de asalto y destrucción, los ingleses retornaron a su reino.

“En este lamentable saco perdió Don Rodrigo Peláez no sólo toda su hacienda, más también la libertad”, pues Fujino de Praet, cabo francés que formaba parte de la fuerza expedicionaria inglesa, “lo llevó cautivo con otros dos mozos de aquella ciudad”. Luego de entrar con ellos a Londres en la gran marcha triunfal, retornó a Francia.

Estando Don Rodrigo en la ciudad de Tolón al servicio del mencionado cabo, llegaron allí dos emisarios, de nombre Rustán y Maiheneto, enviados por el Gran Turco con unas cartas dirigidas al rey de Francia. “Y como tenían desde antes amistad estos dos turcos con el Fujino, éste les presentó con otras joyas aquellos tres españoles cautivos”, pasando de este modo a ser esclavos de los emisarios turcos. “Cúpole a Don Rodrigo el tener por su señor a Maiheneto (que lo trató muy mal este bárbaro el tiempo que con él estuvo) hasta que volviendo de Francia lo vendió a unos moros africanos que topó en el camino, los cuales iban a Argel donde lo llevaron como esclavo”.

Así se inició la tercera esclavitud de Don Rodrigo. Apenas llegado a Argel fue vendido en subasta pública a Cara Cigala, hermano de Emir Cigala quien seguía siendo Rey de Argel. “Y como viviesen juntos en palacio los dos hermanos, pudo Emir Cigala ver a Don Rodrigo”, demacrado y envejecido, a quien reconoció a primera vista, más no el cristiano al mahometano.

Apartándolo de la gente, lo condujo Emir Cigala a un jardín, y le preguntó si lo reconocía. “Respondió Don Rodrigo que no. Díjole entonces Emir Cigala: Pues, ¿sólo en 20 años has borrado de tu memoria una tan estrecha amistad como la que tuvimos? ¿No conoces al Capitán Zapata con quien fuiste por tiempo de 10 años minador en el Cerro de Potosí?” Recién entonces pudo reconocerlo Don Rodrigo y se inclinó a besarle los pies, pero Cigala no lo permitió, “antes sí lo sentó a su lado después de haberle dado muchos abrazos”.

Comenzaron a contarse uno al otro todo lo ocurrido a cada uno, desde el momento que se separaron en la Villa Imperial de Potosí. “Dióle cuenta Cigala de cómo siempre había profesado la ley de Mahoma” y la había mantenido en reserva durante los 15 años que permanecieron juntos. También le contó de sus desventuras y triunfos al lado de los Sultanes Turcos, Amurates y Mahomet. Luego de asegurarle la recuperación de su libertad y de obsequiarle “muchas preseas de oro”, le pidió que “cuando se fuese a España escribiese a la Villa Imperial de Potosí todo lo que le había oído y visto por sus ojos; y que aunque de contraria ley, estaba muy agradecido al verdadero Dios, a sus vecinos y al Cerro”.

Pidióle Don Rodrigo una carta “de su mano y sello”, para que remitida a la Villa Rica fuese de mayor crédito. “Todo se lo concedió, que cuando la amistad de los amigos es firme y verdadera nada se excusa de lo que el uno al otro se pide”. Llegando a España escribió Don Rodrigo a Potosí, adjuntando la carta de Emir Cigala, “escrita en muy buen castellano, aunque con algunas cláusulas en arábigo, cuya fecha es de 20 de junio del año de 1598”.

Bartolomé, el historiador potosino, concluye su relato, agregando: “He excusado el poner aquí la copia de dicha carta, por evitar prolijidad y porque me parece es bastante lo que queda dicho”.

Fuente: Carlos Rodrigo Zapata C.

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