La historia de cualquier país nunca se cuenta desde un territorio neutral. Por más de que se busque la neutralidad en la investigación y en el relato histórico, siempre está sujeta a un esquema interpretativo particular. Por eso decimos que ¡No hay historia, hay historias!
La frase de calle la historia la cuentan los ganadores se tiende a relacionar con el supuesto de una superpotencia induciendo un relato “común” sobre su victoria general en una contienda bélica de alcance continental (es decir, las guerras mundiales). Asumamos con ese criterio que eso es la historia. La inducción de muchos relatos que son discursivamente aceptados por la población. Un ejemplo sencillo para que se entienda: Pensemos en la afirmación, América latina es subdesarrollada. En los países hispanohablantes esta afirmación condensa una historia compartida y un cúmulo de creencias colectivas, lo que se tienden a denominar como “imaginarios”. La interpretación general de la población es que nuestra suerte como países es negativa y continua en proceso de mejora. Aún somos subdesarrollados en tanto no sigamos el proceso que implica desarrollarnos. Que esta afirmación aceptada en su mayoría sea correcta o no, importa poco. El hecho de que sea validada por todos dice más de la historia, que la supuesta veracidad que busca el historiador. La clave son las “creencias compartidas” por toda una nación o territorio.
¿Que hizo posible entonces, que en un país la gente cuente clichés de su historia? Ese algo responde a las múltiples formas de imaginarse en los hechos más traumáticos de un país. Los acuerdos fundacionales de una nación, las guerras, los golpes de estado, las crisis económicas, sanitarias, sociales, etc. El ADN de un país se moldea con el conflicto y el poder. El poder es simplemente una posición privilegiada para contar e inducir, por eso la historia la cuentan los ganadores. Todos los países tienen sus clichés. En el caso de Bolivia nuestros clichés son más difusos, como espejismos. Lo que yace debajo del espejismo y la apariencia es nuestro verdadero ADN. Los clichés funcionan como soportes, ayudan a imaginarnos más homogéneos, para eso sirvieron los relatos nacionalistas. Su gran problema fue que ocultaban en vez de revelar. El sueño de comenzar el siglo XX con una nación más mestiza, occidental, urbana, sofisticada. Desde mediados del siglo XIX se intenta pensar a los mestizos. El siglo siguiente será su intento de consolidar esa visión nacionalista y mestiza de Bolivia desde la revolución de abril de 1952. Un ejemplo común de nuestra historia, pero también de sus imposibilidades. El mestizo como espejismo diría Javier Sanjinés. Ejemplo fácil de entender porque siempre hay problemas al momento definir al “mestizo boliviano”. Hay relatos que resisten, porque en Bolivia la historia no se cuenta igual.
Con esto quiero decir que en Bolivia no existe homogeneidad o imaginarios comunes, salvo algunas excepciones muy obvias. Hay también una historia que se resiste, que se oculta, o que simplemente se expresa más allá de la historia oficial. Hay muy pocos puntos de encuentro en torno a hechos que son iguales en todo el territorio, pero se viven de forma distinta. Puntos descentrados, por lo tanto. Ni siquiera podemos decir si existe un relato común sobre los gobiernos militares, sobre el retorno a la democracia y muchos menos un punto común sobre lo que es la nación. No hay ni siquiera, clichés mínimos, si los hay, son forzados. Por eso no extraña lo complejidad para definir la identidad boliviana, el ser nacional y sus mitos. Somos un país con mitos oficiales pero que no se reconocen como imaginario común. Tenemos una “identidad” de banderas, plazas, calles con nombres de héroes e himnos nacionales. Todos espejismos que aspiran a pensar la homogeneidad nacional. Las resistencias a la homogeneización inicialmente vinieron del indianismo Katarista, de la migración Aymara a las ciudades y posteriormente con la enigmática ciudad de Santa Cruz. No hay mestizos porque no hay nación, solo hay territorio.
Fuente: Diego Otero
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