Recorrer hoy en día (aprox. Año 2000) las calles de Potosí, ciudad cuyo nombre ha sido convertido por la historia en sinónimo de plata, riqueza y esplendor, provoca un mar insospechado de emociones y sentimientos, donde la percepción de un pasado profundamente presente y de un futuro próximo a llegar, se convierten en súbitos acompañantes voluntarios.
La impresión más fuerte surge al visitar algunas de sus iglesias, admirar sus portales y columnas de piedra, pletóricas de ornamentación esmeradamente tallada, y al dirigir la atención al majestuoso Cerro Rico, aún en plena explotación minera desde hace más de 450 años, pero amenazado de hundirse por las interminables galerías subterráneas construidas para extraer la plata de sus entrañas. La impresión que queda es indefinida, como si sus antiguos pobladores aún hoy en día no cesaran de agradecer al Todopoderoso por toda la riqueza y esplendor que les deparó, en tiempos donde lo común era la miseria y como alternativa, la aventura y el bandidaje, pero también, como si denunciaran que todos esos monumentos fueron erigidos para encubrir los sufrimientos que allí se infligieron a indios, negros y mitayos, para evitar así el juicio de los tiempos.
Es en esta ambigüedad que oscila y vacila el tiempo potosino, como si su destino fuera la duda, el dilema, la indecisión. ¿Quién puede crecer con el tino recto y certero ante esta incertidumbre e indeterminación? ¿El fabuloso y extraordinario patrimonio arquitectónico, pletórico de edificaciones de dimensiones potosinas, o la solidaridad histórica con los sufridos y despreciados antepasados nuestros?. ¿Conservar y restaurar o destruir y arrasar?
La respuesta hasta el presente ha sido un poco de todo ello. La indiferencia coexiste con algunos esfuerzos de restauración y conservación y de reconocimiento de la tarea que les tocó asumir a nuestros antepasados mestizos y originarios. Pero la respuesta más amplia y decidida ante esta ambigüedad sólo puede surgir de los mismos potosinos, de quienes conviven con toda esa carga del pasado, aún no depurada ni comprendida. La tarea no es simple. Tienen que reconocer cómo se edificó todo aquello, distinguir lo propio de lo ajeno, descubrir si pese a toda esa amalgama de riqueza y sufrimiento, de agradecimiento y encubrimiento, es posible rescatar lo nuestro, lo propio, que exprese nuestra voluntad de pervivir, de dejar sembrada la tierra con nuestro modo de ver y sentir el mundo.
La tarea potosina y boliviana consiste en descubrir en la obra heredada, los signos de lucha de nuestros antepasados, las huellas que nos dejaron, las señales que nos indiquen su condición de sujetos y no de meros objetos, sometidos al yugo colonialista.
Lo único que puede permitir a los potosinos reconciliarse con su ciudad y su pasado es descubrir, en la obra heredada, los signos de lucha y redención de nuestros antepasados, no aceptándola simplemente porque simboliza un esplendoroso pasado.
En la parte superior del portal de San Lorenzo, una de las obras cumbre del barroco mestizo, ¿no se encuentran un sol y una luna, expresión suprema de la mística andina?; ¿eso no nos está diciendo que nuestra vida sólo son instantes y que es en ellos en los que expresamos todo lo que somos y sentimos, no nos está diciendo que eso, la mística andina, vale una vida entera, vale todo un Potosí?
Es necesario reflexionar sobre todo ello, pues el pueblo potosino en particular, e incluso todo el pueblo boliviano, no consiguen reconciliarse con su pasado, con los hechos acaecidos en su territorio, pues no saben si deben reivindicarlos como parte de su propia vida o deben rechazarlos como ajenos y extraños. Además es bueno recordar que un territorio se construye con los significados y los sentidos que nosotros los seres humanos establecemos en nuestra interrelación con él. Y sólo lo hacemos nuestro, lo hacemos habitable, cuando nos sentimos dueños de sus sentidos y significaciones.
El territorio potosino es uno de aquellos que se prende del que lo atraviesa, se posesiona de uno, lo incluye en su paisaje y en su geografía, simplemente porque es pletórico de significaciones y sentidos, porque tiene mucho que decir, porque no ha dicho todo lo que debía, porque es un gran compañero para todas las trayectorias de vida que se nos antoje, se les antoje a sus habitantes, con quienes comparte “cama y rancho” con sus infinitudes y grandiosidades.
Más allá de este primer plano o plano inmediato, hay otro plano mediato o más alejado. Es el plano de la epopeya humana, del llamado descubrimiento de América, de la toma de conciencia de un solo mundo. Potosí es un patrimonio de la humanidad porque allí corporizó, como en pocas partes, la esencia de la intención colonialista, los apetitos de la época, las ambiciones y decadencias. En este sentido, la respuesta es más evidente. Así como la humanidad requiere que se recuerden los campos de batalla y los lugares de sacrificio de la humanidad, así requiere y necesita que se conserve Potosí, pues sólo así sabremos cuán porfiadamente humanos somos los humanos.
Fuente: Carlos Rodrigo Zapata C.