No hay historia, hay historias II

¡No hay historia, hay historias! II

Las Violencias

En la primera parte de este articulo “No hay historia, hay historias!” comenzamos haciendo un ejercicio para pensar a la historia. Más cerca a una suerte de filosofía de la historia, que a los cánones historiográficos. Pensarlo desde imaginarios urbanos y desde la pluralidad. Hoy quisiera reflexionar sobre las otras historias. Me enfocaré en las que están “encubiertas”, segunda palabra de uno de los libros más importantes de Silvia Rivera. Un clásico libro historiográfico que, de hecho, me llama la atención por su propuesta metodológica. Las historias oficiales (la marxista incluida) como ser: la ortodoxa, la revisionista, la nacionalista pensó a la población india como constelación atrasada, la idea era modernizar aún más el sistema pedagógico, con un sujeto mestizo nacional; que los indios progresen, porque seguimos siendo agrarios, pensaron. Los indios deben ser productivos dijeron. Según Rivera se encubren estas violencias porque el discurso histórico nacional necesita imponer ideológicamente una nación. El mundo indígena fue un primer desborde a ese discurso oficial.

Así inició el siglo XX en Bolivia. Las violencias encubiertas son una parte esencial de nuestra historia. Pero no es parte de la historia. Hay que tomar en cuenta que en la actualidad los colegios resaltan algunas de estas violencias. Sin embargo, lo hacen mal. La idea es crear víctimas y culpables. Caldos de las violencias que vienen. La historia de la colonia en este territorio que ahora nombramos como Bolivia ha tenido muchas violencias. La imagen paisajística que tengo en mente es la del cerro rico de Potosí. Brilla lo que sale del cerro, vale lo que se encubre, pero solo vemos un cerro altiplánico.

El siglo XIX fue el periodo republicano, el intento de consolidar un territorio disperso, mediocremente productivo. Violencias institucionales como el tributo indígena en la república. Violencias cínicas con el despojo de tierras ancestrales por parte de caudillos y liberales. Tras perder el pacífico afirmamos aún más nuestra mediterraneidad, la mentalidad de los que consideran como suyo lo que tiene valor. La violencia a los territorios de siempre. Violencias legales y simbólicas. Comenzamos el siglo XX con las reacciones a una historia que se resume en la imposibilidad de organizar un territorio y una población. Terminan los bailes decimonónicos con la guerra del Acre contra el Brasil, el clivaje regional entre Sucre/La Paz y la guerra civil. Comienza el siglo XX con la organización urbana en torno a sindicatos y gremios comerciales. La violencia está para la inmediatez política. Para que el poder se vea en todo su esplendor, para ordenar territorio y población. Los sindicatos y la familia estarán ligados uno a otro en el comercio, para la cotidianidad. La informalidad, la migración campo/ciudad y el urbanismo irán configurando el terreno del mundo social. La sociedad que convive con el ordenamiento del poder. El sindicato como medio de pertenencia y resistencia a la violencia, será la institución social de moda del corto Siglo XX.

La posterior extracción del estaño ocultará una realidad social más amplia. La historiografía marxista y nacionalista encubrió esta realidad centrando el relato en el esqueleto obrero y sus formas de enajenación, por lo tanto, formas de subjetividad obreristas o pre-obreristas (los indios campesinos digamos). Quizá el ejemplo más directo para comprender que la historia es mucho más que un obrero explotado en alguna mina. La palabra precariedad en este caso es mucho más abarcadora. La realidad de la extracción de estaño está en la precariedad de todas las comunidades que son partícipes del proceso productivo. La modernización es invisible diríamos, porque no hay resistencia constante, solo adaptación. Los historiadores no hacen otra cosa más que narrar esa adaptación y algunas resistencias. Se actualiza el relato una y otra vez con los imaginarios.

A propósito de violencias encubiertas. Hoy leía una terrible noticia sobre una pequeña comunidad cerca al Rio Beni, donde toda la población está contaminada con el Mercurio que usan para extraer el oro de las minas. Obviamente el mercurio se encuentra en el pescado que nada en los ríos contaminados. La gente de la comunidad sigue comiendo de ese pescado porque es uno de los alimentos básicos. Muchas gentes comen sabiendo de las consecuencias del mercurio. Muchos son indiferentes. Tenemos entonces el grupo de los conscientes y los indiferentes. Ambos grupos seguirán comiendo pescado con Mercurio. Esa historia es la que se debe rastrear, la de las verdaderas violencias. La peor violencia de todas es la que aceptamos inevitablemente porque debemos seguir comiendo del pescado. La población de esta comunidad no tiene muchas más opciones, para ellos es un destino inevitable. Mi único consuelo es que la historia nunca es predestinación.

Fuente: Diego Otero / No hay historia, hay historias!

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