Un paseo por la Bolivia de hoy a través del cine 

Territorios localizados y corporales en el cine boliviano 

El cine en Bolivia ha sido generalmente una empresa reciente. Digo reciente en cuanto a su interés e incorporación a la cultura de masas en el país. El éxito de Utama a nivel local e internacional es un síntoma de esta empresa emergente.  

En la década de 1970 la industria cinematográfica boliviana comenzó a crecer, con la creación del Instituto Boliviano de Cine. Durante las décadas de 1980 y 1990, la industria experimentó un resurgimiento, con una serie de cineastas independientes que produjeron películas social y políticamente comprometidas que trataron temas como la pobreza, la cultura indígena y la historia del país. Como ejemplo de cine social podemos citar el caso del director Jorge Sanjinés. En sus películas prima el mundo rural y sus imbricaciones en el mundo urbano. Lo que se trata de rastrear son los orígenes comunitarios, sus usos, costumbres y la memoria larga yuxtapuesta a la memoria corta. La narrativa usada seria entonces una forma de documentar la realidad, una excusa para hacer una película y no un documental.  

El cine boliviano tuvo amplias producciones en las primeras dos décadas del nuevo siglo, sin embargo, llamó la atención las alegorías sociológicas en el cine de Juan Carlos Valdivia. Esto es evidente es la comentada Zona Sur. Una suerte de radiografía psicológica de una familia tradicional en decadencia moral y espiritual. Los pocos diálogos y las alusiones superficiales al contexto sociopolítico presentan a los personajes ante la lejanía de lo que “realmente está pasando”. El cine de Valdivia tendrá como eje la ciudad de La Paz en la mayoría de sus películas y los temas centrales serán la identidad, la memoria y los cambios en la subjetividad de ciertos sectores de la sociedad. Eso tras el nuevo gobierno del Movimiento al Socialismo liderado por Evo Morales en el año 2005. 

Un par de años después relucirán películas de todo género con directores aclamados como Tonchy Antezana, Gory Patiño o Rodrigo Bellot. El estreno de la película Cementerio de Elefantes tuvo un eco incipiente en el concierto latinoamericano y boliviano también. La trama es una combinación de las narrativas de los escritores del siglo XX, Victor Hugo Viscarra y Jaime Saenz. El mundo del Hampa, el subsuelo paceño y sus oscuras tabernas mortuorias tendrán finalmente no solo la forma narrativa, sino también, visual. La parodia política de Bellot, Quien mató a la llamita blanca se presenta como una comedia que trata los estereotipos, identidades, jergas urbanas y discordias raciales en torno a la pertenencia y el lugar que ocupa cada personaje en el país. La película fue duramente criticada por el lugar y la forma en las que fueron anunciadas estas problemáticas. Bellot fue acusado de una visión “sesgada” y “sectaria”. Que el público juzgue por sí mismo al director en cuestión.  

La segunda década del siglo también tuvo una serie de “films retrato” ¿Una radiografía visual de como el artista percibe el territorio en el que vive? Así pareciera, superficialmente al menos. Cito algunos ejemplos para que esté más claro. El director Kiro Russo en su Viejo Calavera se enfoca en una comunidad de mineros y su día a día en la desolada y árida parte altiplánica del país. Los ecos con el cine social de Sanjinés son evidentes, con las variaciones técnicas por las tecnologías cinematográficas actuales, asumo. A mi juicio esta película tiene una narrativa francamente aburrida y monótona, pero una destacable fotografía y montaje, sin duda. En cuanto a las alegorías y reinterpretaciones de las cosmovisiones andinas la película Averno de Marcos Loayza tuvo una difusión y recepción aceptables. En este film los personajes nocturnos de la ciudad de La Paz dejan su condición legendaria para tener carne propia. Loayza bebe de las pócimas surrealistas y realistas mágicas en su Averno. Como todo intento de volver realidad a los sueños en la pantalla grande, la narrativa también es un poco aburrida y predecible. Para los que apreciamos la experimentación, el mérito de Averno está en su originalidad. Al día de hoy, es quizá la película más novedosa estilísticamente en la historia del cine boliviano, indudable. 

Las tramas de algunas películas recientes irrumpen con un tipo de cine más “detectivesco”. Se me viene a la cabeza Muralla y la recién estrenada Psyche, ambas dirigidas por Gory Patiño. En el primer film el protagonista maneja un taxi y es tentado a cometer un delito por un bien mayor. En Psyche el esquema narrativo inicia con un fotógrafo y ditirambos éticos similares a los de Muralla. Como bien apunta un destacado crítico de cine haciendo referencia a las dos películas en cuestión, los bolivianos tenemos intuición sociológica, pero mediocridad narrativa. Estoy de acuerdo con el. Ambas películas nos invitan a un paseo visual por todos los rincones de la ciudad de La Paz y sus contradicciones a medida que la trama y sus desenlaces avanzan. Las historias no son malas, pero te dejan con sabor a poco, es difícil engancharse y existir junto al film. En el concierto mexicano hay un ejemplo parecido al estilo de Patiño. En Amores Perros, la trama es tan dinámica e intrigante que las contradicciones sociológicas del distrito federal (ahora Ciudad de México) irrumpen casi naturalmente. Lo inverso sucede con el cine de Patiño.  

En conclusión, puedo decir que percibo al cine boliviano actual como buen codificador de realidades. Soy aún más categórico con esto, la imagen da más certeza que la palabra al momento de comprender los cambios socioculturales de Bolivia en las últimas décadas. Aclaro también que hice una selección arbitraria y personal de las películas citadas en este artículo, quizá para ser más explícito en cuanto algunos criterios. Hay una larga lista de excelentes películas ignoradas por estos motivos que exhorto. Alguna otra ocasión hablaré especialmente de dos películas, a mi juicio particulares para la producción nacional. Me refiero, pues, a Cementerio de Elefantes de German Monje (2009) y la ya clásica El día que murió el silencio de Paolo Agazzi (1998).   

Autor: Diego Otero

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