Teoría del discurso del Movimiento al Socialismo
A lo largo del gobierno de Evo Morales se ha visto un intento, en el discurso del MAS, de construir identidades políticas mediante un discurso hegemónico que interpele a movimientos sociales de tanto el área rural como urbana. El lazo constitutivo de dicha construcción hegemónica se vio definida por una táctica articulatoria de voluntades colectivas y heterogéneas entre sí. Cuestión realizable, mediante la unión equivalencial de demandas democráticas cohesionadas por la construcción eficaz de una frontera capaz de dividir el campo político en dos polos opuestos e irreconciliables entre sí. Dicha tarea viene de escalas estratégicas de construcción de un “pueblo” –o ambiente hegemónico-. Sin embargo, la constitución de identidades políticas viene de un escenario de contingencia que condensa la cadena mediante la definición e identificación de un antagonismo como rasgo imprescindible de lo político (esta es la única forma de delimitar la frontera política y dividir el campo político).
Es importante mencionar que existen ciertos riesgos en la utilización consuetudinaria del antagonismo, ya que presupone un cierre total de lo social –lo cual resulta imposible e inconcebible-. Este ensayo se centrará en la discusión de como el uso excesivo del antagonismo en el discurso de Evo Morales contribuye a la anulación de lo político, así como a la construcción de identidades políticas. Me concentrare principalmente en el enfoque de Chantal Mouffe y Ernesto Laclau para explicar lo imprescindible que resulta la abertura del poder y sobre todo el reconocimiento de lo político –visto como la relación definitoria de los asuntos públicos y estatales de amigo/enemigo inspirados en las teorías Schmittianas-.
Una exploración Antagónica del Discurso de Evo Morales
Entendamos el antagonismo desde el enfoque de construcción de identidades políticas. Esto nace del abandono de identidades ya definidas por la posición que ocupan los actores en los medios de producción; es también un abandono a la concepción liberal de que existen identidades empíricamente dadas sujetas a algún tipo de consenso moral o racional, que supere el momento de tensión y conflicto. Este abandono supone así, entender el tablero político como un campo de lucha de fuerzas, contingente, así como sujeto a una lucha por la hegemonía –esta entendida desde la perspectiva Gramsciana-. Es imprescindible también el puntualizar que el antagonismo nace en escenarios de contingencia, que difieren respecto a simples contradicciones u oposiciones. El antagonismo político surge como una compleja construcción que pasa de una formal relación de subordinación de los actores, a una percepción general de amenaza por parte de un grupo social, coetáneo a un momento de tensión con otro grupo antitético. De esta manera es preciso abandonar cualquier tipo de reduccionismo teórico introducido por cualquier variante del método dialectico –que tiene como tarea un entendimiento contrario al nuestro, ya que reduce las individualidades a una totalidad sintetizada y sin contradicciones-. Es así que el enfoque pionero de Chantal Mouffe y Ernesto Laclau nos ayudaran a entender el origen de esta construcción de antagonismos, así como la importancia fundamental de establecer una frontera que sea capaz de dividir el campo político en dos polos opuestos e irreconciliables. Esta tarea podría comprenderse viendo la política como un espacio de identidades colectivas, Chantal Mouffe lo diría en términos de un “exterior constitutivo” (inspiración Derridiana) que sería ese “otro” relacional y relacionable. La unión de estas identidades se daría cuando ven que su existencia está amenazada o cuestionada, este es el locus fundamentaldel antagonismo.
La insurgencia de gobiernos nacional-populares en América Latina viene inmersa a características propias a la construcción de este antagonismo y frontera divisoria. El caso de Bolivia –en el discurso de Evo Morales y el Movimiento Al Socialismo (MAS)- sirve como un horizonte de entendimiento en cuanto a esa globalidad que logro ser exitosa en su construcción hegemónica en un escenario contingente. En este caso el uso del antagonismo que logro unificar las diferentes demandas en un “sentido común” nuevo y globalizante, en el campo social, tuvo en un primer momento éxito y estabilidad. Sin embargo, posteriormente mostraremos los factores de fracaso en cuanto al entendimiento de este antagonismo por parte del partido político y su visión de las identidades colectivas inmersas en el bloque hegemónico Masista. Para explicar mejor los alcances y limitaciones del MAS junto al discurso de Evo Morales es preciso redundar aún más en el antagonismo y su rol en la sociedad. En Hegemonía y Estrategia Socialista, los autores nos hablan de que no existen identidades plenas, sino identidades imposibles de constituirse debido a una relación de un otro que me impide ser una presencia plena para mí mismo (lo mismo ocurre con la fuerza que antagoniza). La objetivación de su esencia es un símbolo de mí no ser. Este ejemplo tomado del psicoanálisis refiere a que existe una inmensa pluralidad de sentidos, dispersa, e imposible de objetivar. Es así que el antagonismo puede ser límite y exterioridad de lo social –como posteriormente explicaran Mouffe y Laclau en párrafos posteriores-. En síntesis, el antagonismo funciona como una condición de fijación, pero imposible de ser objetivada y constituida debido a sus propiedades tan contradictorias e irreconciliables, ya que subvierte la relación diferencial entre dos demandas (relación diferencial es siempre positiva, y antagonismo negativo) pero es condición necesaria para fijar una cadena equivalencial de demandas muy plurales. En si la relación equivalencia es solo posible mediante una división en dos polos del espacio político, pero con el antagonismo como frontera y condición sine qua non. Queda claro que debe existir un “exterior constitutivo” tan mencionado por Chantal Mouffe para fijar la relación ellos/nosotros de las identidades colectivas.
El proyecto del MAS como nueva visión de país y bloque hegemónico dominante viene de la mano de un esquema de contingencia y articulación de identidades colectivas, además de la construcción de una frontera divisoria -ellos/nosotros-. La subversión del orden neoliberal se remonta a la formación de una identidad indígena sólidamente unificada bajo sistemas de movilización y lucha, que demostraron ser más efectivos que las acostumbradas movilizaciones sindicales obreras.
Este poderoso mecanismo de lucha fue luego irradiado mediante un canal capaz de unificar las demandas de múltiples grupos. Fue así que el MAS nació como una fuerza política renovada y sobre todo eficaz al momento de representar el descontento político de la mayoría. Es de suma importancia el mencionar que para esta época existían variadas luchas coetáneas y muy distintas entre sí. Las demandas de los sujetos políticos venían en su mayoría del sector rural que carecían de un mecanismo de representación partidaria y era en sumo un sector muy grade sin ningún tipo de canal institucional para mostrar su descontento al sistema. Fue a principios de los años 90s que surgieron caudillos como Felipe Quispe, alias “El Mallku”, que representaron sectores aislados del área rural. Este tipo de luchas variadas no solo mostraban la obsolescencia del sistema partidario, sino que mostraban un descontento general hacia un sistema estatal y económico que sentaba sus bases en las aplicaciones más ortodoxas del fundamentalismo de mercado. Lo cierto es que dichas luchas solo podían desestabilizar el sistema si se cohesionaban todas en una plataforma que represente tanto retorica como discursivamente ese momento incesante de crisis orgánica. En otras palabras, todas las demandas corporativas y ancladas en un discurso propio e identitario debían abandonar dicha lógica diferencial y adoptar una forma visible de lógica equivalencial entre ellas. Esta acumulación hegemónica de fuerzas se logra en momentos coyunturales de crisis general del sistema político en sí. En Bolivia habrá momentos claros de esta acumulación, en escenarios de confrontación como la guerra del agua en el año 2000 y finalmente la guerra del gas en 2003. En ambos casos el intento de privatizar servicios del interés social, es visto por muchos actores políticos como una amenaza directa de parte del estado a la sociedad civil. La frágil estabilidad del estado –contenida en gran medida por el uso coactivo de las fuerzas armadas y policías- empieza a ser percibida como un potencial, “exterior constitutivo” antagónico y amenazante para los grupos subalternos. A partir de este momento el discurso de Evo Morales da un giro hegemónico capaz de interpelar a todas esas demandas autónomas y ordenarlas en un marco de identidad colectiva. Lo cierto es que –a diferencia del MIP (Movimiento Indígena Pachakuti)- el MAS identifica al antagonismo de forma clara y breve, en un momento propicio y único. Los principales dirigentes del partido hacen una clara división del ellos/nosotros, mediante la utilización de “la derecha neoliberal y privatizadora”, “el imperio”, (refiriéndose a las políticas exteriores de Estados Unidos hacia América Latina), etc. Esta efectiva creación de una frontera y demarcación antagónica logran exitosamente concretar una hegemonía de carácter universal y capaz de unir toda esa dispersión de demandas que se encontraban principalmente en el área rural.
La importancia de la sintonía entre el líder, el partido y los movimientos sociales radica en el lazo de aquella nueva colectividad universal, lograda por la construcción identitaria de sus actores inmersos en la cadena equivalencial. Por otro lado, dicha cadena equivalencial sustenta una fragilidad e inestabilidad subyacente –expresada por el antagonismo-. Así como este puede funcionar como delimitación identitaria, puede ser también un complicado eje de desarticulación de demandas dado que subvierte todo tipo de relación diferencial, así como no puede ser objetivada totalmente. Eso en lo primordial, por la imposibilidad de cierre de lo social como un campo homogéneo de consenso y sin ningún tipo de contradicción. En estos casos se debe intentar dar un giro estratégico que consiste en no solo identificar aquel carácter político de amigo/enemigo, sino el de reconocer la hegemonía como un campo de lucha con necesidad de transformar el antagonismo en “agonismo”; esta es la estrategia inversa a la de copiosamente matizar un antagonismo, ya que presupone un riesgo para la construcción de identidades, así como la hegemonía del discurso partidario.
Construcciones autoritarias y lo Político
Todo tipo de construcción democrática requiere el reconocimiento de lo político como factor definitorio. El problema de la democracia liberal es que soslaya este imprescindible precepto, que es una garante del valor y cultura democrática de nuestra actualidad. La democracia debe permitir la distinción de quien pertenece a un determinado demos y quien es inevitablemente exterior a él. Esta problematización nos habla repetidamente de que no puede existir una igualdad humana universal, sino una igualdad de personas con intereses políticos variados. Para cerrar esta aproximación Schimittiana, Chantal Mouffe nos dirá que “en una sociedad liberal democrática el consenso es, y será siempre, la expresión de una hegemonía y la cristalización de unas relaciones de poder”[1], en otras palabras, lo que la autora trata de profundizar, es la esencia de lo político en cualquier tipo de relación hegemónica y de poder.
El MAS, al haber logrado construir esta nueva estructura partidaria, de un demos exterior a él, sentó la difícil tarea de resinificar a todas esas identidades que se encontraban dentro del discurso de Evo Morales. No obstante, las paradojas concernientes a esta ilusoria estabilidad de la cadena equivalencial, generaron condiciones demagógicas dentro del partido y el discurso en sí. En la actualidad vemos como existe una profunda dependencia hacia el antagonismo basado en la retórica fundamental de los caudillos y un proyecto hegemónico que sitúa su pervivencia en este factor central profundamente endeble. Esto se refleja claramente en la ineficacia de resinificar las demandas de los movimientos sociales, más aun, la imposibilidad de crear nuevas identidades –que debiera ser la tarea de todo gobierno hegemónico y nacional-popular-. En suma, total, se vislumbra en el discurso Masista que el antagonismo resulta ser el único pilar ideológico para todo tipo de construcción estatal, partidaria y hegemónica. A todo esto, podemos ver que el uso copioso del antagonismo por parte del partido ha permitido comprobar más aun nuestra postura; en la actualidad se presencia un desencuentro fundamental entre el discurso y la realidad. Por un lado, el sólido “pacto de unidad” de los movimientos sociales y el partido, se ha disgregado, y ha perdido gran parte de su fundamento inicial. Por otro parte, Laclau y Mouffe nos explicaran lo peligroso que puede resultar esta operación para la democracia, así como un proyecto progresista de integración popular.
Los autores harán un énfasis en el carácter autoritario que puede adoptar el poder y el antagonismo si es que este se remonta a cierto tipo de entelequia que suponga un cierre definitivo de lo social siendo así cognoscible y dominada. Basándose en la perspectiva de Lefort de la construcción autoritaria, dirán que el poder debe pretender ser siempre vacío, evitando a toda costa que se sitúe en alguna estructura que diga ser la representante de la unidad sustancial de lo social. De igual manera explicaran que el carácter autoritario de algún tipo de relación política se basara primordialmente en la incapacidad de reconocer la emergencia de nuevos antagonismos y negar las pluralidades posibles, para así restaurar ilusoriamente una unidad no consolidada con articulaciones inmutables. En ambos casos veríamos la implosión de un fin de la política en el sentido de des-politización de los actores, que percibirán una sociedad sin convulsiones, contradicciones, o conflicto, nuevamente se cae en el peligro de negar el carácter abierto de lo social. El discurso Masista supuso este cierre definitivo de lo social revelando una incapacidad de reconocer la emergencia de nuevos antagonismos en el estado y la sociedad civil. El uso consuetudinario del antagonismo supuso la organización de no solamente una cadena equivalencial autoritaria, sino que engendro la inevitable verticalizacion del partido y su remplazo de –ser ese “príncipe moderno” dinámico y horizontal (“voz a través del pueblo”), a ser un aparato de coerción diseñada en una estructura partidaria de tipo leninista -. En resumidas cuentas, presupondrá la imposición coactiva del MAS de un “sentido común” basado en la visión general de los dirigentes principales, compartida inevitablemente por todas las demandas que se encuentran dentro del discurso político. Nuevamente, el problema radica en el partido y su incapacidad para reconocer las contradicciones que se presentan diariamente dentro de la propia estructura partidaria y dentro de la sociedad civil. En este panorama la voz de los actores no logra ser independiente y las identidades se supeditan a una sola visión política. Por consiguiente, se adoptará también formas demagógicas de mantener la hegemonía –en vez de tratar de construir identidades políticas-. En la coyuntura actual no es difícil darse cuenta que el “clientelismo” se empieza a volver una práctica eficiente de legitimización de discurso y por otro lado supone el riesgo de una eliminación de lo político.
Los horizontes progresistas que se perfilaban a principios de siglo lograron construir una nueva voluntad colectiva capaz de representar a la mayoría social. Sin embargo, hubo un detrimento en cuestión de “democratización” del discurso hegemónico. Muchos de los errores de el discurso del MAS ya mencionados se podrían haber evitado en el caso de haber transformado la categoría de “antagonismo” (necesaria e imprescindible) en un “agonismo” donde el “ellos”, se vuelve un “adversario” cuyas ideas combatimos en un campo de lucha hegemónica por el “sentido común”. Esto supone el abandono a alguna solución racional al conflicto –de ahí que se mantiene la base “antagónica”-; pero se diseña un nuevo mecanismo de dialogo en “consenso conflictivo”. Lo importante de este enfoque es que logra reconocer la pluralidad de demandas dentro de un discurso, dando posibilidad a una “horizontalidad” del partido y toda la matriz colectiva inmersa en el bloque hegemónico.
Fuente: Diego Otero / Antagonismos: Alcances y consecuencias en el discurso del MAS